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5.1.3. Quién juzga... ¡será juzgado!.

5.1.3.1. Los competidores no se juzgan unos a otros...

5.1.3.1.1. Una historia a modo de ejemplo.

A fin de ilustrar la improcedencia de que sistemas distintos se juzguen unos a otros (error de perspectivismo cultural o metodológico) y de que unos competidores usen «normativas» a su medida para desplazar a otros en el mercado, permítasenos exponer una pequeña historia, de ficción, en la que, dentro del mundo de las comunicaciones y transportes, los vehículos mecánicos de automoción interpretarán en papel de la Tecno-Medicina, y los animales interpretaran el papel de las Etno-Medicinas y Fitoterapias:

Érase un país en el que durante siglos los hombres usaron en paz sus queridos animales para sus labores del campo, trasladarse a largas distancias, comunicarse, etc. Pero llegó la era de los motores de explosión y una pujante industria automovilística se desarrolló en pocos años.

Con el paso de los años, los fabricantes de automóviles acabaron por darse cuenta del mercado de la automoción se había saturado y que no crecería mucho más mientras una serie de personas (sobre todo esquimales y campesinos) siguiesen prefiriendo el uso de animales para determinadas tareas y comunicaciones. Así es que pensaron estrategias para desacreditar y desplazar el uso de animales en tareas de transporte y comunicación.

Como primera parte de su plan contrataron periodistas, que buscaron y airearon repetidamente los inconvenientes y riesgos del uso de animales: detectaron que los caballos causaban problemas: sus excrementos ensuciaban las calles y plazas, dos de ellos se habían desbocado y hecho destrozos en la propiedad y un pajar de pienso había ardido y quemado la vivienda contigua; respecto los perros de trineo, algunos chicos habian sido mordidos por ellos (uno de ellos había muerto por rabia); y algunas palomas mensajeras ensuciaban con sus deyecciones la ropa puesta a secar del vecindario, y causaban además problemas en los despegues y aterrizajes de aviones; averiguaron, ademas, que algunos ciudadanos habían sido heridos por coces de mulos (uno de ellos incluso había muerto).

Poco después, aparecían artículos en los periódicos en el que prestigiosas plumas pedían una normativa estatal «para poner fin a tanto descontrol y peligro». Las compañías de seguros también fueron alarmadas y aparecieron numerosas cartas al director en los más importantes diarios del país.

Como segunda parte, se formó la Asociación Nacional de Frabricantes de Automóviles (ANFA) y su poder económico y de influencia creció de tal manera que convencieron a políticos importantes para que se tomaran cartas en el «polémico» asunto. Con una facilidad sorprendente, en la mesa de Departamentos Ministeriales de Sanidad, Transporte, Seguridad viaria y laboral, etc., aparecieron borradores de «normativas de obligado cumplimiento» cuya finalidad aparente era la de poner orden y seguridad en las comunicaciones y transportes, pero cuyo resultado previsible sería el de hacer cada vez mas difícil el uso de animales en estos ámbitos.

Los borradores preveían una medición y contraste «científico» (público, obligatorio e igual para todos, por supuesto) de todos los recursos que se usaban en el país para el transporte de los seres humanos, sus correos, mercancías, etc., e incluían no sólo los veloces y potentes recursos mecánicos de automoción (coches, camiones, tractores, etc.) sino también los lentos y limitados recursos biológicos de transporte, acarreo y comunicación (como los caballos, perros de trineo, palomas mensajeras, etc.). El dossier del proyecto evaluaba una serie de variables estandarizadas (provenientes de tests de medición y contraste) cuyos resultados deberían alcanzar ciertos mínimos para que el transporte en cuestión fuera legalmente autorizado. Ningún recurso podría circular sin llevar la documentación de la evaluación y autorización del mismo.

El problema (y la trampa) de tan loable normativa era doble. Había, en primer lugar, un problema de descarado sesgo metodológico: los métodos, variables y tests que se proponían eran factibles para todos, pero demasado propios de la mecánica del automóvil, por lo que los admirables y complejos procesos sensoriales, biocatalíticos y de inteligencia de los animales, toda su bioautonomía, los sutiles aspectos de versatilidad y satisfacción que al dueño le producía el trabajo con su animal, etc., apenas eran recogidos por dichas mediciones y tests. Las mediciones que se proponían, cuya impronta «made in ANFA» era inequívoca, sólo distinguirán pesos, litros, voltios, número, coste y vida media de piezas, coste y consumo de combustibles, temperaturas de explosión, tracciones, fricciones, resistencias a los baches, aerodinamicidad, reprises, velocidades de transporte, autonomía sin repostar, etc. Frente a esos sensores, todos los coches, camiones, etc. daban altísimas puntuaciones, como era de esperar, pero todos los animales daban el mismo pobre y cuasi-transparente resultado.

Hubiera pasado lo mismo, pero al reves si, a la recíproca, los tests hubieran sido diseñados por biólogos, esquimales, campesinos y amantes de los animales, y se hubieran exigido a los recursos comunicativos, dimensionar variables como la «adaptación a orografías y climas inhóspitos», la «capacidad de orientación y aprendizaje de tareas», el «auto-dirigimiento inteligente», el «coste y autonomía del mantenimiento en los lugares de acción», la «comestibilidad en caso de emegencia», el «grado de contaminación ambiental», la «biodegradabilidad y reciclamiento de los desechos», etc.: en este caso, los coches y camiones hubieran quedado entonces malparados ante estos test biológicamente-orientados y, desde luego, no habrían alcanzado los mínimos requeridos.

Había un segundo problema, de descarado sesgo económico, que afectaba a los tests mecánicamente-orientados, que eran los que desde luego se iban a hacer: la duración y coste de los mismos era desde luego alta (pero factible) para la ANFA, pero era aún mucho mayor para los campesinos y esquimales (generalmente pobres) que, además de añadir una especial incomodidad (y sensación de estar haciendo el ridículo) a la realización de dichos tests, apenas estaban organizados.

Detengamos la historia aquí pues, a efectos didácticos, ya es suficiente. Que cada cual haga los paralelismos correspondientes... y que ate cabos. Y, una vez haya entendido la innecesidad y capciosidad de los test «normalizadores» que de forma obligada se nos quiere imponer a las Etno-Medicinas... que reaccione.

5.1.3.1.2. Las culturas no se juzgan unas a otras.

Una cultura o cosmovisión no debe nunca «juzgar», «calificar» o «reglamentar» a otra. Y, si lo hace, eso no es mas atropello, y puro colonialismo; y, lo que es peor: sera una miopía, una prepotencia, un error. Este es uno de los principios básicos de la Antropología, desde Malinowski. En el caso que nos ocupa, si esto se hace se dejará el campo libre para que las Multinacionales foráneas se adueñen de nuestra flora medicinal, y lo único que se logrará será «sumergir» nuestras Etno-Medicinas en la clandestinidad y el mercado negro, y convertir a los curanderos y a los enfermos en unos delincuentes dentro de su propia tierra.

Recordemos algunas evidencias: los africanos no somos europeos. Nuestras ancestrales Etno-Medicinas no son la Tecno-Medicina occidental moderna. Nuestras Fitoterapias no son sus Multinacionales farmacéuticas. Ponte en pie y dilo en voz alta muy fuerte, con orgullo. Sólo si primero somos nosotros mismos, podremos en un segundo tiempo dar cabida en nuestra casa a los demás (siempre que sean respetuosos y no la destrocen).

Creíamos pasado ya el tiempo en que la famosa «ciencia» y «técnica» del «hombre blanco» inventaba los navíos, cañones y fusiles que llegaban a sangre y a fuego a nuestras costas para llevarse su vergonzoso botín de materias primas, oro y esclavos; pero ahora vemos que se van a adueñar tambien de nuestras Fitoterapias; y, al igual que entonces unos africanos se dedicaban a «cazar» y entregar al hombre blanco su botín de esclavos (normalmente recibían por cada hermano suyo traicionado 4 o 5 caballos), de la misma forma, usando normativas faramacéutico-generadas, ciertos funcionarios burkinabeses se disponen a entregar hoy las fito-riquezas ancestrales de nuestra tierra, a las Multinacionales que habran de esclavizarlas y venderlas en lejanos países (no vamos a preguntarles que recibirán a cambio).

5.1.3.1.3. Las medicinas no se juzgan unas a otras.

Cada ciencia y técnica tiene su lenguaje, modelos y métodos propios, que no pueden imponer una a la otra. Este es asimismo un principio básico de la Filosofia de la Ciencia y del Método Científico, desde Popper. Unas medicinas no deben juzgar a otras medicinas. Unas concepciones, codificaciones, modelizaciones y metodologías no deben juzgar a otras concepciones, codificaciones, modelizaciones y metodologías.

Y las cosmovisiones, conceptos, códigos, modelos y métodos de la Tecno-Medicina son muy, muy distintos de los de las Etno-Medicinas. Por fortuna, añadiríamos nosotros. Es difícil encontrar algo más radicalmente diferente, entre las actividades del hombre.

Ni siquiera el objetivo está claro que sea el mismo para el caso de ciertas Etno-Medicinas, que conceptúan «Salud» de forma muy diferente al de simple «bienestar físico y psíquico», que consideran su acción como Sacramento y/o que consideran que su Finalidad es la de reintegrar al paciente a su Armonía y Fuerza autocurativa, o llevarle al Conocimiento de su Identidad, o a su Re-conexión natural, social y divina, etc.

En el caso que nos ocupa, los modelos, lenguajes y métodos propios de la Farmacología «científica» experimental nordoccidental moderna (la llamaremos Tecno-Farmacia) no pueden ser impuestos a los de una Fitoterapia Etno-Médica, ni viceversa. Lo único que puede exigírseles a ambas es una comparatividad en cuanto a la medición del grado de aceptación y satisfacción de los usuarios, y en cuanto a la medición (no solo cuantitativa, sino también y sobre todo, cualitativa) de los resultados finales comunes (hay muchos otros resultados no comunes y que, por tanto, no serían comparables), mediciones que han de considerar parámetros no sólo de alivio sintomático limitado en el espacio y el tiempo, sino también parámetros de resolución causal y ámbito de duración global.

En la realidad social de nuestros pueblos, las Etno-Medicinas no excluye por lo general el uso de la Tecno-Medicina en las comunidades indígenas, ni tampoco intenta imponerla sus cosmovisiones y métodos (¡la Tecno-Medicina no los sobrepasaría, por supuesto!); por el contrario, los etno-médicos suelen aceptarla como medicina hermana y como realidad social, a no ser que hayan sido atacados o despreciados por ella; e incluso alientan a la población a usarla en el tratamiento de males graves en los que la Tecno-Medicina y su Cirugía destacan. Pero esto no se da a la recíproca, por desgracia, como ya hemos señalado antes en el epígrafe «La enfatuización de la Tecno-Medicina».

Creíamos pasado ya el tiempo en que la famosa «ciencia» y «técnica» del «hombre blanco» nos «evaluaba», «comparaba», «seleccionaba» y «autorizaba», como esas pseudo-antropologías y pseudo-psicologías (que durante tantos siglos no fueron consideradas tan «pseudo») y que medían nuestro ángulo facial o nos sometía a abstractos y europeiformes «test de inteligencia», a base de series aritméticas y geométricas. Y deducía que, «obviamente», éramos una raza inferior, por lo que había que «desarrollarnos», administrarnos y decidir por nosotros, eso si: «por nuestro bien». Curiosamente, esas medidas antropológicas nunca evaluaron nuestra capacidad de marcha y carrera, nuestra dermoprotección frente al sol, nuestra cohesión social, la precocidad y riqueza histórica de nuestras culturas, eso eran minucias. Y curiosamente esos «test de inteligencia» nunca midieron la capacidad de sobrevivir (y ser creativos y felices) con escasísimos recursos en la selva o en la sabana, signo fundamental de inteligencia frente a la cual las series aritméticas o geométricas no son más que florituras.

Creíamos pasado ese triste tiempo... pero ahora vemos que no es así.

5.1.3.1.4. Qui prodest?.

Es conocido el viejo adagio de los emperadores romanos: «Qui prodest?» («¿A quién beneficia?») que se suele aplicar cuando suceden acontecimientos no naturales imprevistos, acciones u omisiones sospechosas de consecuencias importantes, crímenes, etc. cuyo origen o finalidad no está claro. Es, en efecto, una buena forma de empezar a esclarecer las muchas veces misteriosas luchas de poder y maquinaciones humanas.

Así es que, preguntémonos: ¿qué necesidad tienen nuestros etno-terapeutas de «identificar» y «purificar» los ingredientes «activos» de una planta?: ninguna, pues, además, segun su cosmovisión, tal pretensión es un error, ya que la planta entera (con su energía vital y su alma elemental informulable) e incluso la forma de recolectarla y tomarla es lo globalmente «activo», que es muchísimo más que la simple suma de sus (miles) de «ingredientes».

Y: ¿qué necesidad tienen nuestros etno-terapeutas y pacientes de que «estudios epidemiológicos científicos y no sesgados» confirmen o descarten lo que ellos llevan milenios observando y transmitiendo por tradición?. Si llegaran a confirmarlo, estupendo, la evidencia etnoterapéutica habría tenido un lindo ropaje «científico», apto para ser publicado en revistas «serias», para mayor gloria de sus autores. Pero: ¿y si la medición contradice la realidad observada?. ¿Qué habría que hacer?. ¿Negar, confiscar o prohibir la realidad?. ¡No!: recordemos que el «método científico» señala que, cuando un apunte o medición de la realidad choca con la realidad... la realidad es la que manda, y el apunte debe adaptarse a la realidad, y no al revés.

Los «estudios epidemiológicos» intentan ser eso: apuntes o mediciones de la realidad y son inevitablemente imagen y semejanza de la cosmovisión del sistema medidor. Pero: ¿y si dichos estudios epidemiológicos «científicos» no llegaran a confirmar, en «ensayos de doble ciego», la «significativamente superior» eficacia de tal preparado fitoterapéutico respecto a controles «placebo», etc.?. ¿Qué debería hacerse después de tan solemne fallo?. ¿Cesar en el multisecular uso de tal preparado?. ¿Reírse de él?. ¿Demonizarlo?. ¿Prohibirlo?. ¿Avergonzarse por haberlo tomado por tanto tiempo o por tomarlo de nuevo?, ¿atribuir la mejoria sólo a la superstición y creencias de los usuarios o al «efecto placebo»?.

No: debemos reconocer que pueden escapársenos aspectos importantes de la realidad por esquemas mentales y prejuicios que afectan a la observación y a la operación de un experimento. Y que este déficit de percepción no quedará señalado aunque todos los participantes en una medición procedan aleatoriamente por «ensayos de doble ciego» (y nunca mejor empleada la expresión). ¿Ve lo mismo en una misma mujer el enamorado que un violador?. Cuando se asoman a la Naturaleza: ¿ve lo mismo una Etno-Medicina que una Multinacional farmacéutica?. Reconozcámoslo: quizás, cuando no vemos o constatamos las cosas, a veces el fallo es de nuestra mirada.

Sin embargo: ¿qué necesidad tienen las Multinacionales farmacéuticas y sus funcionarios burkinabeses acólitos de «identificar» y «purificar» los ingredientes «activos» de nuestras queridas y sorprendentes plantas?: todas, ya que mediante esta exigencia (igual para todos, por supuesto) excluyen a los que no tengan la tecnología y financiación para poder hacerlo y, además, una vez modificado ligeramente, sintetizado y patentado tal o cual principio activo venderán en exclusiva con pingues beneficios lo que siempre la Naturaleza dió en forma biocompleta y barata a los seres humanos.

5.1.3.1.5. Una forma camuflada de vulnerar la libre competencia.

Adam Smith se removería de su tumba: ¿desde cuando un concurrente-competidor en el mercado «evalúa» y autoriza o desautoriza a otro?. ¿No eran los consumidores los que juzgaban y seleccionaban mediante sus compras libres?.

Pero, como la «normativa» en ciernes (mejor dicho: la neo-colonizadora maniobra) se realiza de ordinario maquillada de buenas intenciones («normalizadoras», «evitadoras de fraude», etc.) y mediante terceros interpuestos (vía decreto o reglamentación ministerial), la pregunta debemos formularla mejor así: ¿desde cuando un Ministerio de un país africano antiquísimo (los asentamientos humanos en nuestro territorio son mucho más antiguos, desde luego, que los europeos) ha de prestarse a imponer las peculiarísimas normas metodológicas de uno de los competidores-concurrentes en el mercado de la salud... al resto de los competidores-concurrentes que, encima, son los autóctonos?.

Ello no es mas que una forma camuflada (mejor dicho: descarada) de desbancar, excluir e ilegalizar a los competidores que, aunque son más antiguos, enraizados y aceptados por la población son, sin embargo, más pobres, débiles y no organizados, y carecerán de los recursos financieros y analíticos para cumplir la los test tecno-formes que se les quiere imponer. ¿No se está vulnerando así la libre concurrencia y competencia de la que tanto hacen gala los sistemas neo-liberales del Primer Mundo?.

5.1.3.2.... Y mucho menos si juzgan con trampa.

Ademas: ¿quién dicta/juzga los criterios de aceptación o exclusión de los preparados terapéuticos, ya sean estos naturales o artificiales?. ¿Por qué esos criterios y esos dictadores/juzgadores... tan favorables a las Multinacionales farmacéuticas y tan contrarios a las Etno-Medicinas y Fitoterapias?. ¿Por qué a falta de respuestas válidas la Tecno-Medicina acude siempre a su preferido «argumento» estadístico-grupal: «la comunidad científica está de acuerdo» y considera concluido el asunto?. ¿No amordazaron con el mismo «argumento» a Galileo, cuando se opuso al sentir general que decía que el Sol giraba alrededor de la Tierra?.

Y, lo que es más importante: ¿por qué tiene que haber tribunales que «evalúen», «autoricen» o «rechacen» lo que siempre ha existido y ha sido utilizado (las Etno-Medicinas y Fitoterapias) y lo que, sea cual sea su funcionaril veredicto, seguirá existiendo y siendo utilizado?.

Digan lo que digan las Multinacionales farmacéuticas sobre la excelencia y respaldo de sus propios productos: ¿se lo creerán nuestras autoridades sanitarias?. ¿Por qué a la recíproca no nos creen a nosotros sino que nos obligan a realizar test «objetivos» e independientes?. ¿Acaso las Multinacionales farmacéuticas no presentan al Estado sus propios trabajos hechos con sus propios métodos y experimentos con productos que solo ellas tienen en exclusiva y han patentado?. ¿Alguna estancia verdaderamente independiente reproduce esos mismos experimentos?. ¿Porqué no aplicamos este mismo criterio a las Etno-Medicinas y Fitoterapias?.

¿Saben nuestras autoridades sanitarias que los respaldos de instituciones aparentemente independientes como la OMS, la FDA, etc. dependen de dictámenes basados en (costosísimos) ensayos que no han diseñado, hecho ni comprobado ellas... sino las propias Multinacionales farmacéuticas que van a ser «evaluadas»?. ¿Es esa su objetividad e independencia?. ¿Por qué nuestras autoridades sanitarias admiten los «respaldos» autopresentados por las Multinacionales farmacéuticas, o procedentes sistemáticamente de dictámenes realizados por laboratorios y científicos de dudable «independencia» que pertenecen al mismo campo y grupo de intereses?. ¿Saben nuestras autoridades sanitarias lo que, de facto, le ocurre a un «cientifico prestigioso» cuando disiente pública y documentalmente?. ¿Por qué, por igualdad, no admiten para nosotros el respaldo de otras organizaciones de Etno-Medicinas y Fitoterapias africanas o de otros continentes; o, mejor, el respaldo de la Historia y de la población?.

¿Por qué se exige tanto a las Fitoterapias y tan poco a la Tecno-Medicina?. La verdad es que nuestros responsables sanitarios tienen en la práctica dos formas muy descaradas de «medir» y de «controlar»: la Tecno-Medicina si que puede ser costosísima, mutiladora, desvitalizadora e intoxicadora en sus tratamientos (no hay mas que observar su onco-terapia); y, cuando no puede impedir la muerte final del paciente, nuestros responsables sanitarios y nuestros periodistas nada dirán. Pero, ¡ay de la Etno-Medicina que ose producir el mas mínimo efecto secundario o cobrar por su servicio!: esto será aireado por los mass-media, y numerosas voces se alzarán exigiendo «que se ponga coto a tanto desmán» y, finalmente, el peso ejemplar de las «normas» y «leyes» que velan por nuestra salud... caerán sobre ella.

¿Hasta cuando aguantaremos tanta hipocresía y tanta tomadura de pelo?.

5.1.3.3. Si se hiciese, qué debería medir el «test normalizador».

Aunque su persistencia secular y su demanda por la población (demanda que crece más deprisa, precisamente en los países más tecnologizados y mejor informados) son los mejores refrendos de la Etno-Medicinas y Fitoterapias, creemos que, en pura teoría, ellas no deberían negarse por principio a contrastar su eficacia con la de Tecno-Medicina, si es que son retadas a ello.

Después de meditar las falacias que denunciamos en el presente artículo, si tan importante es para las instituciones públicas conocer la «medicina que funciona» y la que no, pueden plantearse realizar las mediciones y tests que deseen, siempre que el contraste sea transparente y público, siempre que sea realizado por órganos realmente independientes e inamovibles, y siempre que pueda financiarlos aquel a quién interese tal contraste.

Pero sería un grave error creer que «medicina que funciona» es lo mismo que «medicina que ha superado con éxito determinados tests» de fractura típicamente orientada a la Tecno-Farmacia. Por ello, si finalmente alguien pudiera permitirse el lujo de llegar a realizar las evaluaciones y tests de contraste, habrá que ser justos y coherentes, en base a todo lo antedicho: o bien tendrá que diferenciar metodológica y dimensionalmente las Etno-Medicinas de la Tecno-Farmacia, o bien tendrá que añadir las variables y metodologías propias de las Etno-Medicinas y Fitoterapias en dichos tests (variables y metodologías que aumentarán la complejidad del test, y frente a las que quedará malparada la Tecno-Farmacia, tal y como señalamos en la historia ilustrativa de los coches y los caballos que usamos como símil).

Quienes diseñen las evaluaciones y tests de contraste: ¿se preguntarán porqué en los países con sistemas médicos más avanzados, y a pesar de la intensa publicidad y prestigiación mediática de la Tecno-Medicina... existe una clara vuelta a las Etno-Medicinas y Fitoterapias?. ¿El porqué teniendo en esos países las «maravillas» de las moléculas «potenciadas» de síntesis... existe por parte de la población una vuelta a la toma de triturados o extractos de planta entera?. ¿Dirán también que los norteamericanos, ingleses, alemanes, etc. son incultos y supersticiosos?. ¿Meditarán nuestros funcionarios de Sanidad porqué cuando los habitantes de países avanzados admiran y buscan nuestras Fitoterapias los africanos nos avergonzamos de ellas y las ponemos bajo sospecha?. ¿Por qué cuando ellos «vuelven» nosotros nos empeñamos en «ir»?.

Salga lo que salga en la composición de nuestras queridas plantas y diga lo que diga la Tecno-Farmacia de los principios activos en ellas presentes: ¿consideraran las demandas que, para cada preparado fitoterapéutico, existen en nuestra población autóctona?. ¿Se preguntarán en serio el porqué a pesar de no ser publicitadas ni prestigiadas existen estas demandas y desde tanta antiguedad?. ¿O se conformarán con las explicaciones simplistas que del asunto daran las Multinacionales farmacéuticas?.

¿Evaluarán el importante papel que tiene en el resultado final del proceso terapéutico de las Etno-Medicinas y Fitoterapias aspectos tan decisivos como los estímulos mágicos y culturales (entre los que están la personalidad y ascendiente del curandero, la confianza y adhesión que genere en el paciente), la forma e intención concreta de la preparación y de la toma de los preparados, etc.?. ¿Cómo lo evaluaran «objetivamente»?.

¿Evaluarán en serio nuestras autoridades sanitarias las mejoras objetivables (no solo las macroscópicas o aparentes sino también las microscópicas u ocultas) que producen nuestras plantas?. ¿O buscarán sólo los fallos, los efectos indeseables, etc.?. ¿Evaluarán la «limpieza», atoxicidad, biodegradabilidad, autoaprovisionamiento y baratura que, a corto y largo plazo, tienen nuestras Etno-Medicinas y Fitoterapias?. ¿Las contrastarán con las asociadas a la Tecno-Medicina?.

¿Evaluarán en serio la mejoras funcionales (no sólo las macroscópicas o aparentes sino también las microscópicas u ocultas) que producen nuestras plantas?. ¿Evaluarán en serio los beneficios inmateriales (potencia e independencia, bienestar, alegría y satisfacción e, incluso, re-estructuración y re-personalización del paciente) que tanto en el individuo como en su familia y su tribu producen nuestras plantas?. ¿Cómo evaluaran lo «inmaterial»?. ¿Renunciarán sin mas a evaluarlo?. ¿De qué servirá un «control» que omita tales aspectos?. ¿Tendrán dinero para todo ello?.

Digan lo que digan las Multinacionales farmacéuticas sobre la excelencia y respaldo de sus propios productos: ¿evaluarán en serio nuestras autoridades sanitarias las cargas (costes) objetivables completos (no sólo los financieros, sino también los recursos temporales, materiales, instrumentales, personales que se inmovilizan) que produce directa o indirectamente la Tecno-Medicina?. ¿O anotarán sólo los éxitos y beneficios que a corto y medio plazo produce (sin duda alguna inflados por la publicidad)?. ¿Cómo evaluarán la toxicidad y costes (y dependencias tecnológicas) reales globales a largo plazo que producen las Multinacionales farmacéuticas en nuestros países y ecosistemas?. ¿Evaluarán los grandes costes, por nivel de beneficio, de las Multinacionales farmacéuticas... o sólo hablarán de los beneficios (a corto y medio plazo) posibles conseguibles?. ¿Lo contrastarán con los producidos por las Etno-Medicinas y Fitoterapias?.

Y, la traca final: quienes realicen las evaluaciones y tests de contraste, ¿publicarán a los cuatro vientos sus conclusiones?. ¿Habrá alguna revista «cientifica» internacional «independiente» que se las publique?. ¿Harán documentales por televisión que ilustren divulgativamente tales conclusiones?.

Esperamos ansiosos las respuestas a todas estas preguntas.

Una última cuestión: Si nuestro Estado exige finalmente las evaluaciones y tests de contraste (que suponemos estarán bien diseñados e incluirán las variables que anteriormente hemos citado), entonces el principio de igualdad de oportunidades le obliga a asistir a quienes sean insolventes para encuestas, análisis y ensayos tan sofisticados. Los etno-médicos y fito-terapeutas deberán ser orientados y financiados, cuando no tengan medios. De la misma forma que en la jurisprudencia de todos los estados de derecho, el Estado tiene la obligación de financiar los «abogados de oficio» y la «ejecución de pruebas» de aquellos que sean insolventes, incluso cuando ellos no quieran, pues lo que van a hacer las evaluaciones y tests será «juzgar» (y lo que harán los juzgados será sufrir las consecuencias) y, como todos sabemos, la justicia es obligatoria y, además, nadie puede renunciar a sus derechos.

5.1.3.4. El pueblo es el juzgador.

5.1.3.4.1. La facultad de juzgar emana del pueblo.

Decia Winston Churchill que «democracia es oír que llaman de madrugada, abrir la puerta y ver que es el lechero». Triste es la época en que debemos hacer informes tan largos como éste y perder tiempo contestando a estos nuevos censores, que amenazan prácticas seculares, y defendiéndonos de sus maquinaciones.

Estos nuevos censores y amedrantadores saben perfectamente que terapeutas, curanderos y etno-médicos aman su profesión (que, en ciertos casos, es una transmisión iniciática o, incluso, un designio superior no rechazable sin graves consecuencias morales) y quieren dedicarse a tratar a sus pacientes y no a la defensa permanente de su ancestral ejercicio, ahora amenazado. Saben que, en comparación con las Multinacionales, son pobres y sencillos, tienen escasa capacidad asociativa y de acceso real a los mass-media. Por eso es más grave el acoso de los censores sanitarios: porque amedrantan a los más débiles, a los suyos, a quienes debían de proteger.

Las distintas medicinas, ofertan enfoques, métodos y productos diferentes, a quienes sufren y mueren (que son los pacientes), y a quienes tienen que financiarlos (que son los familiares). Quién va a vivir con una enfermedad o va a morir no es el funcionario que «autoriza» un producto, sino el enfermo; quien va a pagar su coste es asimismo el enfermo y su familia. Por eso quien debe «evaluar» los fármacos y Fitoterapias y juzgar su saldo de beneficios/coste son los pacientes, sus familiares, sus asociaciones, es la Sociedad.

Desengañémonos: el Estado o los funcionarios de Sanidad ni sufren (o mueren) realmente las enfermedades, ni tienen que pagar de su bolsillo (con esfuerzo y renuncia de otras cosas) su coste, pues los dineros que administran no son suyos, sino de la población que les tributa. Por eso mismo deben escuchar y atender mucho más a sus propios pueblos, que a las Multinacionales farmacéuticas.

Los funcionarios públicos están pagados con los impuestos del pueblo y con las tasas del comercio que dicho pueblo genera y su poder, por definición, emana del pueblo: por eso los funcionarios públicos (incluyendo a los relacionados con la Sanidad) deben estar al servicio del pueblo y no el pueblo al servicio de los funcionarios.

5.1.3.4.2. Cuando chocan con la realidad... de nada sirven los decretos y regulaciones.

Los reguladores de la vida sanitaria de nuestro país deben meditar porque las Multinacionales farmacéuticas y sus acólitos gubernamentales se preocupan tanto de que no nos estafen ni dañen nuestros ancestrales y queridos etno-terapeutas, porque el uso de Fitoterapias permanece (¡y crece!) a pesar de la publicidad Tecno-Médica, a pesar de los (sospechosamente insistentes) pronunciamentos «cientificos» respecto a la «superstición» de nuestras Etno-Medicinas y a la «ineficacia» de nuestras fitoterapias.

¿Cómo puede ser tan indocumentada o desagradecida la población que usa lo que las revistas cientificas serias dicen claramente que es superstición, efecto placebo y que no les conviene?. Este test (el del mercado y el del paso del tiempo) es la marca de la realidad, y la de una evidencia que supera mil veces esos costosísimos análisis y experimentaciones (que sólo podrán pagar quienes pretenden quedarse con nuestras ancestrales riquezas fitoterapéuticas).

Que miren la Historia de esa «ciencia» que tanto admiran: muy poco pueden los «decretos» ni los solemnes «pronunciamientos científicos» de las mayores «autoridades cientificas»: la realidad se ríe de ellos y sigue siempre su curso. Durante decenios dichas «autoridades cientificas» estuvieron diciendo que jamás un artilugio más pesado que el aire podría nunca volar; y mientras tanto, afortunadamente, los hermanos Wright hacían lo que hacían en el garaje de su casa.

Ya pueden decir lo que quieran las revistas científicas, los institutos gubernamentales, o la FDA americana: si un producto de la Naturaleza es útil (y eso se lo dirá a la gente la evidencia que viva la gente, no un organismo «científico» o «gubernamental»), lo seguirá demandando y usando la población (que pasará a ser, eso si, «delincuente»), y lo seguirá recolectando y distribuyendo el mercado (que pasará a ser, eso si, clandestino y escurririzo y, por ello, artificialmente caro y entonces -sólo entonces- propenso a los fraudes y los delitos impunes).

¿Es eso lo que quieren los alumbradores de la nueva normativa?. Creednos: es preferible tener nuestros curanderos, comerciantes y consumidores de siempre, que no mafias distribuidoras y compradores «satanizados».


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