Francisco Javier Manero Vargas.
«Desde hace más de medio siglo la educación e investigación en Gran Bretaña han estado dominadas por los intereses de la Wellcome y del imperio Rockefeller» (página 215).
Un poco de historia.
Las inversiones de Rockefeller en la investigación y educación médicas en Gran Bretaña se remontan a los primeros años 20. Tras las recomendaciones de Abraham Flexner1, a la Haldane Commision de la Universidad de Londres el dinero de Rockefeller empezó a cruzar el Atlántico a medida que las reformas derivadas de dichas recomendaciones se hacían realidad, y se fue extendiendo hacia el Colegio Universitario de Londres, la Universidad de Gales y la Universidad de Cambridge.
En 1921 Rockefeller creó una nueva Escuela de Higiene y Medicina Tropical como parte de la Universidad de Londres, lo que le supuso por entonces medio millón de libras. Desde aquí su influencia -auspiciada por conversaciones tripartitas de Rockefeller, del gobierno británico y de la Universidad-, se encadenó a la red de los mayores hospitales de esta capital.
Se fue entramando así un sistema netamente americano inspirado en las ideas de Flexner y creado por Rockefeller, que se basaba en «unidades» que combinaban enseñanza, investigación y práctica clínica en edificios adyacentes, lo que cambió radicalmente la naturaleza y dirección de la investigación médica británica. De esta forma al final de la segunda guerra mundial los principales hospitales y colegios médicos de Londres tenían unidades inicialmente financiadas por dinero americano que estaban inevitablemente influidas por las percepciones sobre la investigación médica de Rockefeller2. Paralelamente se crearon cuerpos administrativos a ambos lados del Atlántico que velaran y supervisaran la puesta en práctica de tales métodos, como el Medical Research Council.
La industria farmacéutica británica.
Hasta los años 30 las fundaciones y trust privados británicos no se interesaron por la investigación y educación médicas, y las iniciativas privadas fueron escasas, lo que sin duda permitió a Rockefeller gran libertad de movimientos. El Wellcome Trust británico, creado en 1936, vino a cubrir ese vacío. La Wellcome y la Rockefeller, dos empresas americanas que ya habían tenido relaciones anteriormente en Estados Unidos comenzaron a asociarse en políticas comunes a educación e investigación médicas, así y desde los años 50 se solapan sus cuadros técnicos, y gradualmente el Trust Wellcome toma responsabilidades en las secciones del complejo universitario londinense que había sido fundado por Rockefeller. Esto lo ilustra, por ejemplo, Sir Oliver Franks, presidente del Wellcome Trust entre 1965 y 1982, entre 1957 y 1973 participó del Rhodes Trust y del Pilgrim Trust (del que fué luego presidente) desde 1947 hasta 1979, una organización cultural y filantrópica anglo-americana, y entre 1961 y 1970, concurrentemente con su presidencia del Wellcome Trust participaba del Rockefeller Trust.
La Wellcome.
La Wellcome fue fundada en 1880 por dos farmacéuticos norteamericanos, Henry Wellcome y Silas Borroughs. La actual Wellcome Foundation constituye una empresa particularmente poderosa que se apoya en un eje Anglo-americano y se basa y concretiza en muchas de las estructuras políticas, culturales y sociales que se asientan a ambos lados del Atlántico. Empezando, por ejemplo, por sus bases político-legales, sus asuntos legales fueron llevados en los años 30 por la firma Sullivan y Cromwell, una de las firmas de abogados más influyentes de Nueva York y uno de los pilares de la Rockefeller. Sus abogados fueron concretamente John Foster Dulles y Allen Dulles que acabaron como Secretario de Estado en la guerra fría y director de la CIA respectivamente.
Su estructura en Inglaterra incluye la manufactura de medicamentos -Wellcome Foundation-; funciones administrativas -Unicorn House-; y centro de operaciones financieras -Wellcome Trust-, además de toda una serie de unidades académicas y administrativas que están en parte o totalmente financiadas por el trust.
Operaciones financieras, revalorización, y cambios de orientación.
Hasta 1986 el trust controlaba el 100% de la acciones de la compañía productora de medicamentos, entonces vendió cerca del 25% de Wellcome plc., el trust retuvo la mayoría de las acciones y la compañía productora pasó a denominarse Wellcome Foundation. En Julio de 1992 el trust redujo su participación al 40%, venta que le rentó un capital de 2,3 billones de libras. Siguiendo la primera flotación de acciones, la Wellcome adquirió cada vez más fuerza, de forma que los beneficios por acción pasaron de ser de 7,8 peniques en 1986 a 36,0 en 1992; y los dividendos de 2,11 peniques a 13,0.
Por otra parte las ventas en ese mismo año para el mercado sanitario humano fueron de 843,3 millones de libras contra 1.669 millones en 1992 y para el mercado sanitario animal de 162,1 millones en 1986 contra 0, ya que para 1992 abandonaron este mercado3.
Se advierte, pues, que las ventas aumentaron en un 75% en seis años, mientras que se orientaron progresivamente hacia el mercado sanitario humano, abandonando sectores de mercado que tradicionalmente habían cubierto.
Hacia mediados de los 80 los productos que genraban la mayor parte de los ingresos de la compañía estaban constituídos por preparaciones para la tos y el constipado -unos 142 millones de libras-, seguidos de los antiestamínicos y los esteroides -alrededor de 100 millones-. Sin embargo en 1992 las preparaciones para la tos y el constipado tan sólo representaban el 14% de las ventas.
Parece que la segunda mitad de los 80 representó para la Wellcome un cambio sustancial en su orientación financiera, de mercado y productos, y por su puesto de mercadotecnia. Un cambio que evidentemente necesitó de todos los resortes e influencias en los medios políticos, académicos, y de información y propaganda que tanto la Wellcome como Rockefeller habían venido hábilmente manteniendo hasta ahora. Así vemos por ejemplo como Lord Swann, director general de la BBC hasta su muerte en 1990, paritcipaba del Wellcome Trust, además de ser miembro de la Fundación Ditchley, que organiza encuentros, y seminarios al más alto nivel, provistos de un amplio equipo de seguridad.
El detonante de todo parece ser la crisis económica de los 80, que produjo una transición súbita de una posiciones más o menos bien-intencionadas, éticas y académicas a una posición netamente orientada al mercado y a criterios de rentabilidad económica. Esto se evidencia no sólo en las cifras y en los cambios de orientación evidenciados por ellas, sino en múltiples declaraciones y comentarios que tuvieron lugar en el seno de la fundación. Así, en el Annual Report de 1985 se lamentan del «ambiente deteriorado en Gran Bretaña para las compañías farmacéuticas», producido por «las restricciones del gobierno británico sobre la rentabilidad».
Durante la segunda mitad de la década de los 80 se da, pues, un proceso de creciente racionalización de la producción, marketing y distribución, que ya hemos visto de que afectó a los beneficios empresariales.
Los dos factores que Martin J. Walker aduce para tal cambio de orientación fueron por un lado la apertura durante los 70 de un nuevo campo de investigación y desarrollo, la ingeniería genética y la biotecnología; y de otro las presiones de la fundación americana sobre la orientación del mercado. Así, y en 1982 se funda la Wellcome Biotechnology, que irá adquiriendo cada vez más importancia en los planes de la compañía durante toda la década, como demuestra el relevo que se produce al final de ella en los productos estrella de la Wellcome.
De un lado, a mediados de los años 80 se comenzaron a desmantelar las secciones de higiene, medicina «pasada de moda» y sanidad animal, eliminación que culminó con la venta en 1989 de Coopers Animal Health y en 1990 de la producción de vacunas humanas y su restante negocio de higiene, Calmic.
Para este año, 1990, y gracias al desarrollo de Wellcome Biotechnology, la Wellcome se impone como el primer investigador y productor de antivirales, especializado en el virus del herpes y el VIH, pasando de esta forma sendos medicamentos a ocupar el liderato en cuanto a producción, mercadotecnia, volumen de ventas y beneficios, desplazando a las antiguas prescripciones para el catarro.
Estos dos medicamentos líderes no son sino el Zovirax, para el virus del herpes, y el Retrovir (AZT), para el VIH -supuesta causa del SIDA-, que suponían en 1990 unos beneficios netos de 293 y 120 millones de libras respectivamente, aunque es de suponer que con respecto al Retrovir los beneficios se hayan aumentado sustancialmente debido a la desafortunada tendencia -inducida y fomentada por ensayos clínicos dirigidos; presiones políticas y financieras; y campañas de marketing de la propia compañía4- de los últimos años a prescribir tal medicamento precozmente en casos asintomáticos. Mientras las preparaciones para la tos y constipados y los destinados a las enfermedades cardiovasculares ocupaban un lugar secundario.
Esta época de cambios culmina en el verano de 1990 con el nombramiento de un nuevo director John Robb, con un filosofía fuertemente orientada al mercado, como se aprecia en sus declaraciones sobre al prevalencia de los proyectos que prometieran rentabilidad económica sobre los que fueran simplemente interesantes desde el punto de vista científico. Se unió a un director financiero, John Precious, para la creación de un programa de control de costes, con controles estrechos de las salidas de capital y recortes de la investigación y gastos de desarrollo, tratando de mejorar la eficiencia, eficiencia evidenciada, por ejemplo, en su capacidad disuasoria sobre las élites políticas, finacieras y médicas, así como también sobre los grandes auditorios a través de marketing, conferencias, y publicaciones, encaminadas a la comercialización y universalización del consumo de Retrovir.
Asi pues, todo este desarrollo comercial se ha producido gracias únicamente a su especial relación con los gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos. Ha acosado a las normas económicas y ética política establecidas, que han quedado eclipsadas por esta relación, que obedece a un sistema desarrollado principalmente por los intereses políticos y financieros de Rockefeller. El historial de alienamiento de la Wellcome con los más poderosos y antiguos sectores del poder en Gran Bretaña y Estados Unidos, incluyendo un papel director en el complejo industrial militar, lo que evidencia el hecho de que Sir Alistair Frame pasara de director de Río-Tinto-Zinc (empresa de armamento) a presidente del Wellcome Trust en 1985, la sitúa en una posición única para tratar con los gobiernos.
Wellcome Trust y la Comisión Trilateral.
La Comisión Trilateral es una institución creada a principios de los años 70 por David Rockefeller. Actúa como un encuentro en la sombra de políticas económicas mundiales. Está formada por industriales, académicos y políticos expertos en relaciones internacionales. Sin embargo su núcleo está constituído por un grupo de multinacionales cuya directiva corporativa persigue un único objetivo: romper todas las barreras y límites que se impongan al capitalismo más salvaje y al libre comercio.
Lleva por tanto, dos décadas discutiendo y resolviendo asuntos de política internacional años antes de que sean del dominio público. En los últimos años 80 comenzó su expansión hacia los países de Europa Oriental, anticipando e impulsando los cambios que allí están aconteciendo, inició intercambios, y abrió factorías y ventanas de mercado en Hungría, antigua Unión Soviética, y Rumanía. También desde mediados de los 80 inició una expansión aún más violenta hacia Japón, que llevó entre otras cosas en 1990 a la fundación de Nippon-Wellcome, que es ahora una de las mejores compañías farmacéuticas de Japón.
Todo esto no obedece sino a estrategias globales de la Comisión Trilateral de Rockefeller. El objetivo final del desarrollo comercial con el Este ha resultado ser el final de la guerra fría y la integración de las estructuras económicas y financieras a lo largo de Europa. Mientras que Japón se erige como el tercer poste de la Comisión, que intenta integrar los mercados japoneses a los de Europa y América.
Credibilidad a prueba.
En 1973 ya estuvo la Wellcome envuelta en conflictos de mercado debido a su antibacteriano Septrin (Gran Bretaña y Europa) o Septra (América) -usado actualmente entre otras cosas como profilaxis de enfermedades oportunistas para individuos VIH-positivos, con CRS o enfermos de SIDA-, cuando una serie de artículos de EE.UU. y Canadá sugirieron que había otros agentes antibacterianos más seguros e igual de eficaces.
En los 80 comercializó una vacuna para el costipado que eventualmente iba a obtener el monopolio de la salud nacional británica. Algunos críticos adujeron que la vacuna de la Wellcome era menos segura que otros productos, y de hecho la compañía se enfrentó a sendos juicios por los efectos colaterales que dicha vacuna causó a Susan Loveday, un bebé que sufrió daños cerebrales irreversibles, cuyo juicio se sobreleyó por falta de pruebas, y Kenneth Best, que aunque tenía 23 años su edad mental era de 12 meses, y cuya família fue compensada con una indeminización de 2,75 millones de libras.
El medicamento para el SIDA de la Wellcome, el Retrovir, está ahora recibiendo el mismo tipo de críticas, la forma en que lo impuso a la comunidad científica está llena de interrogantes5, sus efectos colaterales están ampliamente documentados, y su efectividad terapéutica gravemente cuestionada. Por el momento no se han cuantificado las muertes o empeoramentos que ha producido esta medicación, porque tienden a confundirlos con la patología de la propia enfermedad, pero ya se está empezando a presentar querellas judiciales por este motivo.
Dado el hermetismo y unicidad impuesta por tales poderes, parece preciso que este tipo de acciones se lleve a cabo: que los críticos critiquen; que los científicos ofrezcan alternativas científicamente fundadas; que los pacientes afectados denuncien; y ante todo que todos tengan opción a divulgar sus ideas. De alguna forma hemos de exigir una mayor transparencia y libertad de información en los asuntos que conciernen a nuestra salud individual y colectiva, y procurar unos cada vez mayores niveles éticos en la industria y prácticas médicas. Es necesario desligar la salud de la rentabilidad económica, que son fenómenos que no forzosamente tienen que implicarse, y pensar antes en aquella que en los balances económicos anuales.
Tras la redacción y en puertas a la publicación del presente artículo nos enfrentamos, de nuevo, al biocot, censura y presiones sobre la libertad de expresión y circulación de la información.
El libro de Martin Walker -Dirty Medicine- está soportando una intensa presión para bloquear su difusión: las publicaciones que se han hecho eco de su publicación, y las distribuidoras que han procedido a su difusión están siendo sometidas a presiones amenazadoras que en algunos casos están consiguiendo su objetivo.
Las principales presiones provienen de Duncan Campbell, activista político y articulista especializado en prácticas médicas, que sorprendentemente cambió en 1988 drásticamente de opinión desde un enfrentamiento previo contra las compañías farmacéuticas y su papel director en la práctica médica a un apoyo incondicional del AZT como única aproximación al SIDA.
Estas presiones han hecho incluso disculparse a la dirección editorial del Journal of Alternative and Complementary Medicines por una excelente crítica y exhortación a comprarlo (Brave, bold, buy it6) que realizaron en su número del pasado enero, así como a desestimar su distribución.
En su libro Martin Walker no sólo se limita a exponer pruebas sobre las presiones que la industria farmacéutica multinacional ha ejercido y está ejerciendo sobre las medicinas alternativas, y no precisamente por una «conspiración siniestra» como Campbell ironiza en función de alguna clase de presunta paranoia de Martin Walker, sino en virtud de lazos históricos que, remontándose a principios de siglo, establecen las líneas generales de las relaciones económicas y de poder mediante las que dichas presiones se han ejercido, por supuesto mediatizadas por los beneficios económicos, y que ejemplificamos más arriba en el caso particular de la Wellcome.
Campbell en sus críticas tacha a todos los terapeutas y terapias expuestas, de farsantes y criminales. También expone lo que llama «vanidad de un libro auto-publicado», introduciendo perniciosas dudas sobre supuestas fuentes de financiación siniestras, ¿cómo podría ser de otra forma? Si un libro autopublicado tiene estas dificultades en su distribución y difusión, ¿cuáles no tendría para su publicación en el caso que recurriera a los medios habituales?.
Martin Walker no abandona y propone la retirada masiva de las suscripciones al Journal of Alternative and Complementary Medicines, y la creación de un nuevo Alterntive Health Defence Network (Trabajo en Defensa de la Salud Alternativa) que incluiría una nueva publicación. Espera cualquier tipo de colaboración que deseéis aportar.
Contacto: Slingshot Publications. BM BOX 8314 London WC1N 3XX. Inglaterra.
1Abraham
Flexner, autor del informe Flexner, patrocinado por la Carnegie Foundation
y Rockefeller, que estableció un patrón único para
la educación e investigación médicas en EE.UU. -que
entre otras cosas significativamente recortaba las opciones para los colegios
médicos destinados a los blancos con bajos ingresos, negros y mujeres-.
2Hacia
1950 había becas de formación en 31 cátedras en los
colegios médicos británicos costeadas por Rockefeller.
3Datos
sacados del Wellcome Annual Report and Accounts, 1992.
41993.
Walker, Martin J., Dirty Medicine, Slingshot Publications, BM Box 8314,
London WC1N 3XX. Capitulos 22, 23 y 32.
5Como ejemplos:
Artículo publicado en el número 36 de la revista «Medicina Holística». Edita: Asociación de Medicinas Complementarias (A.M.C.).