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5. Qué debemos hacer.

5.1. Aclarando conceptos.

5.1.1. La naturaleza no es mala: no se «autoriza».

La existencia de vegetales, hongos, minerales, partes de animales, etc. con propiedades terapéuticas para los mamíferos precede en miles de millones de años a la aparición del hombre, y su uso etno-médico precede en cientos de miles de años a la aparición de la Tecno-Medicina, y a los intentos de las Multinacionales farmacéuticas de aplastar cultural y comercialmente a las Fitoterapias.

Los vegetales son los grandes captadores de la energía fotónica del Sol, sostenedor último de la energía biológica del planeta. Desde el Paleozoico los vegetales han crecido simultánea, sinérgica y armónicamente con los animales, a los que alimentan, complementan y a los que utilizan para sus fines de desarrollo y reproducción. A cambio de aportar a los animales nutrientes, información y biorregulación, así como energía (no solo física, sino también sutil), reciben de ellos la polinización precisa a distancia, la diseminación de las semillas de sus frutos, así como el anhídrido carbónico y los abonos de sus heces que las harán crecer, cerrando así sabia y establemente el ciclo ecológico. Las plantas útiles dan alimento y curación a los hombres y, a cambio, reciben de ellos selección, protección, abono y riegos.

Según el chamanismo y ciertas Etno-Medicinas, determinados vegetales y hongos (o, mejor, las entidades que viven en ellas) son, además, «plantas de poder» o «de conocimiento» que, mediante ciertos rituales de iniciación, purificación y sintonización, sirven para poner en comunión al chamán (y al paciente) con otras dimensiones y niveles de conciencia, en la que participan (y se hermanan) todos los seres vivientes, corpóreos o incorpóreos, y todos los reinos de la Naturaleza. Estas dimensiones y niveles de conciencia escapan a la detección de la «ciencia» del hombre blanco, y sin estos rituales de iniciación, purificación y sintonización (que son secretos y se transmiten de maestro a discípulo) esas mismas plantas solo actuarán como vulgares drogas psicodislépticas, que confundirán y esclavizarán al hombre.

La Tradición Sagrada Universal nos dice que Dios quiso crear las plantas mucho antes que a los animales y al hombre, tal y como, además, lo atestigua el registro fósil y la Paleontología. El libro del Génesis nos dice que Dios, tras crear el universo vegetal, vio que era bueno y le dio su bendición; e, incluso, ayudó al hombre y mujer primordiales a reconocer las propiedades de cada uno de los arbustos y árboles del Edén, (puesto por Él al servicio de los seres humanos), y a darles un nombre.

Las plantas medicinales son parte del reino vegetal, que es parte básica de la Naturaleza, y la Naturaleza es obra del Creador. Dios no puede haber hecho cosas malas. Un viejo Hadit del Islam nos recuerda que en la Naturaleza creada existen siempre remedios para cualquier mal que pueda acaecernos: «Dios no hizo descender ningún mal, sin darnos con él su remedio».

A pesar de ello, es indudable que todos los elementos naturales (piedras, agua, vegetales, animales, etc.) pueden causar daño por catástrofes naturales imprevistas, o si la ignorancia y mala fe de los hombres son realmente altas. Se puede, por ejemplo, matar con piedras, pero no se «confiscan», «testean», «registran», «reglamentan», «autorizan», etc. las piedras por el hecho de que podrían usarse para matar. De la misma forma, la Fitoterapia, aunque puede hacer mucho bien y puede por lo común hacer escaso daño al hombre, si las dosis de ignorancia, de desconexión tribal, y de mala fe fueran muy altas, deberíamos admitir que la Fitoterapia puede llegar a matar a algún ser humano. Pero no por ello se nos ocurriría «testear» y «autorizar» los vegetales que pudieran ser mortales por su mal uso; al menos a ningún gobernante se le ocurrió hacerlo en el pasado.

Durante millones de años los animales y los hombres han ingerido los productos de la Naturaleza sin necesidad de «analizar bioquímicamente» lo que estaban tomando y sin «testear su eficacia con bases rigurosas». Y durante miles de años, sin necesidad de análisis ni experimentaciones, los reinos y las naciones castigaron al que hacía fraude en sus mercadeos, y también sin tests ni análisis previos castigaron a quién envenenaba o hacía daño. Los castigos eran duros, y ejemplarizantes. Pero es que, aunque no actuasen los poderes públicos (nunca darán abasto para controlarlo todo, más bien ocurre lo contrario, afortunadamente), actuaba el mercado pues, como hemos dicho, piensen lo que piensen los funcionarios que quieren «protegerla» y «tutelarla»... la gente no es tonta.


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